En la experiencia con el retrato la persona adapta su tiempo y su cuerpo a una pose, y sostiene esta pose durante una sesión de alrededor de dos horas. La presencia del otro y su tempo propio producen una cierta urgencia, determinando el ritmo de la ejecución.
La pose implica una conciencia por parte del modelo y en este sentido la diferencia entre sueño y vigilia es radical. Existe una tensión singular al mirar a alguien que posa, la tensión de ser yo a la vez observada por el otro. El hecho de que sea un semejante que por lo mismo puede interpelarme y la situación de espejo que ocurre -donde lo mirado tiene la capacidad de devolver la mirada- crea una situación de cierta tensión o confrontación al momento de pintar.