Paisaje

Salvo que se mire por una ventana, la pintura directa de paisaje implica que uno está sobre el modelo, pisándolo y a la vez rodeado por éste. Su presencia está en todas direcciones en torno mío; no sólo a la redonda, sino también hacia arriba (el cielo) y bajo mis pies (la tierra).

Con el paisaje mi mirada barre el lugar, no se detiene ni enfatiza nada en particular. Es una mirada en permanente movimiento, y aunque pintar es en cierto modo fijar, lo que pinto o fijo es una mirada moviéndose. El encuadre que aparece en los paisajes actúa como recorte, los elementos que allí vemos representados se encuentran incompletos y sus fragmentos señalan la existencia de un fuera de cuadro. Por lo mismo, al mirarlo la atención tiende a moverse desde el interior hacia el exterior del cuadro. Este movimiento de fuerza centrífuga, inverso al movimiento centrípeto de las naturalezas muertas, se corresponde con mi experiencia del paisaje como lugar abierto, extenso, que pone en tensión mis propios límites.