La siesta

La siesta es una obra en desarrollo, abierta a lo que pueda pasar en cada intento de pintar del natural a una niña, a mi hija, mientras duerme.

Pinto junto a su cama que está a nivel del piso, sin usar caballete -vertical- sino apoyando el bastidor directamente en el suelo -horizontal-. Si bien esta decisión la tomé sencillamente porque me resultaba más cómodo para el caso, la horizontalidad, el contacto con el suelo y la gravedad, han ido tomando un lugar relevante en este ejercicio. Un ejercicio que está sujeto, por supuesto, a lo temporal, a un tiempo orgánico: a los ritmos y movimientos del cuerpo. De un cuerpo que duerme y de otro mirando y pintando.

De partida, la pintura se desarrolla cuando se da la siesta. Surge así un tiempo flexible para pintar, algo variable en su frecuencia y duración. Algunas siestas son breves, otras más prolongadas. El sueño a veces es profundo y el cuerpo reposa quieto, y en otras ocasiones la pose se interrumpe y varía en una misma siesta. Si la modelo se mueve durante el sueño, o si despierta, no vuelvo a intervenir la pintura.

En el retrato del natural la pose suele implicar una conciencia por parte del modelo, y en este sentido la diferencia entre sueño y vigilia es radical. En la vigilia, la conciencia de uno mismo se sostiene en la vertical, mientras que en el sueño nos fundimos con la horizontal. La modelo que duerme, mi hija, no es consciente de estar siendo retratada y su cuerpo está abandonado al sueño y a mi mirada. Al no estar consciente, al estar completamente ajena al hecho de que está siendo observada y representada, la persona retratada se encuentra en un estado próximo al estado de la naturaleza o el paisaje. Posa sin caretas, sin posar, de algún modo, estando ahí, simplemente. Tal como la pintura se apoza, funcionando sin tanta injerencia externa, con la serie La siesta intento captar un devenir ineludible, o algo de eso.

 

Septiembre 2018